El parto es movimiento. El bebé se mueve dentro de nuestro cuerpo para abrirse paso, gira, flexiona y extiende su cuello y espalda a medida que va descendiendo por el canal del parto. Y nuestra pelvis acompaña este movimiento del bebé para facilitar su salida. El útero se contrae y se relaja en olas que van impulsando a nuestro bebé hacia el exterior de nuestro cuerpo.
Los huesos que forman la pelvis no están sellados, tienen un cierto grado de libertad de movimiento que, en condiciones ajenas al parto es más bien poco. Sin embargo, cuando damos a luz, las hormonas circulantes en nuestro torrente sanguíneo preparan los tejidos para favorecer el movimiento entre los huesos, la apertura de los espacios pélvicos por los que va a transcurrir el bebé. Este movimiento, provocado por el empuje del cuerpo del bebé desde dentro y por las posturas de la madre desde fuera es lo que permite la “magia” del nacimiento.
Si entendemos el parto desde esta visión, como un “baile” en el que nuestra pelvis y nuestro bebé se mueven acompasados y en armonía, es fácil comprender que el movimiento libre de la madre es fundamental para un correcto desarrollo del proceso de parto. Y a la vez, que tumbarnos en una camilla bocarriba (posición de litotomía) durante horas, bloqueando el movimiento de la pelvis, no es lo más adecuado.
En condiciones fisiológicas, durante un parto no medicalizado, la mujer va a adoptar espontáneamente la postura que ayude más al bebé en ese momento concreto. Es, de hecho, una de las funciones del dolor durante el parto, obligarte a adoptar una postura concreta, justo aquella que tu bebé necesita.
Si observamos a las mujeres pariendo de forma fisiológica, nos daremos cuenta enseguida que los movimientos que realizan en cada fase son parecidos. Durante la dilatación, es habitual que las mujeres se coloquen en posiciones que permiten que la tripita caiga hacia delante, en posturas asimétricas o que busquen apoyo de los brazos desde arriba, abriendo el pecho. Y es que son esas posiciones las que facilitan la entrada del bebé en la pelvis materna.
Sin embargo, a medida que va progresando el parto y el bebé va descendiendo, veremos cómo las mujeres comienzan a flexionar su espalda y caderas, generalmente en posiciones verticales o en cuadrupedia. Desde estas posturas, abrimos el espacio para la salida del bebé.
Pero, ¿qué ocurre si tengo analgesia epidural? En España, la mayor parte de las mujeres dan a luz con analgesia epidural. No es así en otros países de nuestro entorno, donde el porcentaje es mucho menor. Es, por tanto, algo cultural.
Sin embargo, el uso de epidural no tiene porqué significar inmovilidad.
Para empezar, cada caso es diferente. No a todas las mujeres la epidural les afecta de la misma manera. En ocasiones, las contracciones se siguen notando (aunque con menos intensidad). Otras veces, se pierde completamente la sensibilidad.
En cuanto al control motor, en teoría la epidural es una técnica analgésica, no anestésica. Esto quiere decir que debería proporcionar inhibición de la sensibilidad manteniendo el control motor. Esto es lo que ocurre cuando aplicamos la ya famosa “walking epidural”, que no es otra cosa que la administración de epidural en dosis mínimas. En muchas ocasiones, sin embargo, el uso de la epidural implica que perdemos la capacidad de movernos de forma autónoma. Necesitamos entonces pedir ayuda al personal que nos acompaña para que nos cambie de posición. Si quieres que el día de tu parto te ayuden a colocarte en distintas posiciones a pesar de hacer uso de la epidural, te animo a que te comuniques con tu matrona y que tengas esto en cuenta a la hora de redactar tu plan de parto. La litotomía no es tu única opción.